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Los lípidos en la
nutrición humana
(
cuatro de cuatro partes)
Aunque ya existía el pastoreo en algunos grupos, fue con
el establecimiento de la agricultura que se criaron animales en forma
más generalizada y en la dieta comenzaron a aparecer en forma
significativa alimentos de origen animal, incluidas las mantecas y,
derivada de la leche, la mantequilla; también se descubrieron los
aceites obtenidos mediante la compresión de ciertas semillas. Así,
fue a raíz del establecimiento de la agricultura de los TG comenzaron
a parecer en la dieta en forma creciente. Otras “novedades”
alimentarias de los últimos milenios son el alcohol (bebidas
fermentadas y recientemente las destiladas) el azúcar, la sal y, en
los últimos dos siglos, la “refinación” de semillas y los
aditivos industriales.
Durante el presente siglo, la tendencia de la dieta de las
poblaciones urbanas ha sido aumentar el contenido de TG y disminuir el
de fibras, lo que conduce a mayor densidad energética. Esta combinación
confiere a la dieta mayor atractivo sensorial y menor capacidad de
saciar porque las fibras son señales eficientes de saciedad y los TG
lo son apenas débilmente; lo anterior facilita el consumo excesivo,
que se vuelve especialmente significativo por la mayor densidad energética
de la dieta.
El aprecio innato del ser humano por los TG, el sodio y los
azúcares, (que en la alimentación natural eran muy escasos y era muy
conveniente aprovechar cuando causalmente se les encontraba), está
fuera de lugar en un ambiente como el actual en el que, por intervención
del propio ser humano, abundan artificialmente estos componentes; tal
aprecio dejo de ser útil y se ha vuelto un factor que favorece los
excesos.
Con todo, las dietas tradicionales con historia milenaria,
como la mediterránea, las orientales o la mexicana, han sabido
guardar hasta nuestros días el equilibrio y la mesura necesarias. Al
surgir, a principios de este siglo, una verdadera explosión en la
disponibilidad de alimentos, la posibilidad de incurrir en excesos se
hizo cada vez mayor. Primero afectó a los países nórdicos de
“occidente” cuya dieta se volvió poco saludable ya desde hace 80
ó 90 años, pero ahora está afectando también a los sectores
urbanos de países que, como el nuestro, disfrutaban hasta hace poco
dietas tradicionales saludables. Aunque la obesidad, las dislipidemias
y ateroesclerosis, la hipertensión arterial, la diabetes tipo 2 y los
tumores colónicos, mamarios y prostáticos tiene un fuerte componente
alimentario, es muy importante insistir en que son padecimientos
multifactoriales que tienen otros muchos componentes que no se pueden
soslayar.
En primer lugar existe un componente genético que no es
simple pues corresponde con el modelo de herencia
poligénica; en este modelo, se suman numerosa desviaciones genéticas,
a menudo distintas de un caso a otro, cada una de ellas insuficientes
por si mismas para producir el trastorno, pero que en conjunto alteran
la capacidad de ajuste del organismo, generando mayor o menor
susceptibilidad a la enfermedad y, ante determinadas circunstancias
ambientales, la enfermedad misma. En las condiciones alimentarias
preagrícolas, esas alteraciones poligénicas posiblemente no eran
perjudiciales y pudieron entonces conservarse y volverse relativamente
frecuentes, pero en las condiciones actuales es posible que se
expresen como menor capacidad homeostática. Entre los factores
ambientales destaca por supuesto la alimentación (más que la
alimentación de un día, la que se tiene habitualmente a lo largo de
lo periodos considerablemente largos), pero existen otros factores
ambientales.
Quedó ya relatada la evolución de la alimentación humana
y los extremos a los que, en
función del ingreso y de la urbanización, se llega actualmente.
Parte de los cambios ocurridos favorecen claramente las enfermedades
que nos ocupan en la población genéticamente susceptible, pero cabe
insistir en que se necesita la combinación de cierta carga genética
con una dieta incorrecta. La dieta no es lo único que ha cambiado en
los últimos milenios, cambió también
la actividad física que
se redujo (incluso en personas “activas”, es varias veces menor
que la que se ejercía hace
15 mil años, hecho que por si mismo puede reducir la eficacia de
la regulación de la ingestión energética) y aparecieron
costumbres como el tabaquismo, antes inexistentes, que pueden
favorecer alteraciones metabólicas.
Es necesario insistir en que la unidad funcional de la
alimentación es la dieta, de manera que no son los alimentos aislados
- ni mucho menos sus componentes químicos - sino la dieta como un todo la que, junto con otros factores, puede
contribuir al desarrollo de las enfermedades. Lo importante es el
consumo final de cada nutrimento en el contexto de la dieta y en
relación con las necesidades (en otras palabras, el tipo de balance
nutrimental que se tenga). Por su parte, el consumo es individual y
resultado tanto de la composición intrínseca de la dieta cuanto de la cantidad
ingerida de ella, factor este último que es extrínseco a
la dieta y obedece a la conducta alimentaria particular de quien la
ingiere. Resulta así ingenuo atribuir las enfermedades a los aceites
y grasas o a los AG per se;
además de que la cantidad ingerida es individual y desconocida a
priori, tan indeseable es su ingestión excesiva como su ingestión
insuficiente, pero exceso e insuficiencia son conceptos relativos a un
valor de referencia que también es fundamentalmente individual.
primera
parte
Dr. Héctor Bourges Rodríguez
Director de Nutrición
Instituto Nacional de la Nutrición
Salvador Zubirán
Fomento de Nutrición y Salud, A.C.
Cuadernos de Nutrición
5272-6207 / Fax: 5515-1939
cuadernos@fns.org.mx
Bienvenido a esta sección,
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