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Los lípidos en la
nutrición humana
( tres
de cuatro partes)
Digestión
y absorción de los lípidos
Los triacilglicéridos (TG)
son digeridos por diferentes lipasas. La más activa y la que en la práctica
lleva al cabo la mayor parte de la digestión de TG es la lipasa
pancreática que actúa en presencia de una colipasa también de
origen pancreático y de las sales biliares producidas en el hígado
las cuales, combinadas con fosfolípidos, forman una mezcla detergente
sin la cual la lipasa no podría actuar pues es una enzima
hidrosoluble y su substrato, los TG, no lo son. Como resultado de su
acción se producen dos AG y un monoacilglicerido en posición dos.
Además de la lipasa
pancreática existen lipasas gástrica y lingual no muy activas; esta
última, junto con una lipasa que esta presente en la leche humana,
son muy importantes para el niño recién nacido quién aun no secreta
lipasa pancreática suficiente.
Por su parte, los fosfolípidos
son digeridos por la fosfolipasa A pancreática que libera un AG y los
ésteres del colesterol son digeridos por una esterasa específica.
Los monoacilglicéridos pueden ser atacados por una monogliceridasa y
la lecitina es digerida por una lecitinasa. Aunque no se trata de
digestión propiamente dicha, la fermentación en el en el ciego de la
fibra dietética y de algunos almidones “resistentes” produce ácidos
grasos cortos (acético, propiónico, y butírico).
Las membranas celulares son
estructuras fundamentalmente lipidicas por lo que los monoacilglicéridos,
los fosfolípidos, y los AG cruzan fácilmente la membrana de las células
de la mucosa intestinal, aunque en el caso de los AG los mayores de 12
carbonos se difunden poco y los mayores de 18 carbonos prácticamente
nada. Los AG mayores de 12 carbonos que cruzan la membrana son los que
están en posición 2 de los monoacilglicéridos.
Los AG de 12 carbonos o menos pasan de las células de la mucosa
intestinal a la circulación portal en forma libre y se distribuyen a
todo el organismo, pero los de 12 a 18 carbonos pasan a la circulación
linfática. Por su parte, los monoacilglicéridos son transformados
por la célula intestinal en triacilglicéridos y éstos se
incorporan, junto con fosfolípidos, colesterol y ciertas proteínas,
en los corpúsculos lipoproteínicos conocidos como
“quilomicrones” que la célula expulsa hacia la circulación linfática.
Los quilomicrones llegan
finalmente a la circulación general y se distribuyen a todo el
organismo, pero en ciertos tejidos (adiposo, muscular, hepático)
existe una enzima, la lipasa lipoproteínica, que los rompe y libera
los AG, los cuales pueden entonces pasar al interior de las células
de esos tejidos. Los fosfolípidos, a su vez, se incorporan en
membranas celulares.
Metabolismo
de los lípidos
Por su complejidad, escapa al
propósito de esta presentación abordar en detalle el metabolismo de
los diferentes lípidos, particularmente el de las lipoproteínas y su
relación con enfermedades cardiovasculares y el de los AGPI
de cadena muy larga y su participación en el desarrollo
temprano del sistema nerviso; conviene, en cambio, concentrarse
brevemente en el papel del tejido adiposo. En los animales superiores
este es el tejido especializado en mantener la reserva
de energía suficiente para sobrevivir en períodos de ayuno
aunque, colateralmente, cumple también funciones de aislamiento térmico
y mecánico. El tejido adiposo se encuentra de bajo de la piel - con
grosor que depende de la región corporal - y alrededor de los órganos
tóracicos y abdominales. Representa proporciones diferentes de
acuerdo con la edad y abunda más en la mujer (20 al 30% del peso
corporal) que en el hombre (15 a 25%). Así, un hombre adulto normal
de 70 kg de peso tiene entre 12 y 18 kg de tejido adiposo que equivale
a una reserva energética entre 85,000
y 125,000 kcal; aunque en la práctica es imposible usar el total de
la reserva, esas cantidades podrían teóricamente cubrir las
necesidades basales (para estar vivo, aunque casi sin
moverse) de dicho adulto durante 56 a 80 días.
El tejido adiposo se
caracteriza porque cada célula contiene vacuolas de TG que ocupan
casi todo el espacio dentro de ella; esos TG se forman a partir de AG
provenientes de la dieta o de AG formados a partir de glucosa,
fructuosa, glicerol o aminoácidos siempre que exista en conjunto un
exceso de substratos energéticos. Los TG se convierten continuamente
en AG y éstos nuevamente en TG de manera que, cuando el organismo
requiere fuentes de energía (por ayuno o por actividad física), los
AG pasan rápidamente a la sangre y llegan a los tejidos que los
necesitan. Aunque guardar la energía en forma de TG
en el tejido adiposo es un proceso metabólicamente ”
costoso” (consume 30% de la energía guardada) y aunque tiene el
defecto de no recuperar la glucosa, su ventaja es que en un volumen
relativamente pequeño se puede almacenar una reserva considerable.
La alternativa que habría como reserva energética es la síntesis de
glucógeno, que tiene la ventaja de mantener la glucosa como tal, pero
es tan voluminosa (7 veces mas voluminosa que con los TG ) que sirve básicamente
como un reserva de corto plazo (6 o 7 horas cuando mucho).
Cuando,
por alguna razón, la ingestión de substratos energéticos es
insuficiente, se liberan ácidos grasos del tejido adiposo, pero
cuando la ingestión de dichos substratos supera al gasto de energía
se produce un balance energético positivo; el organismo es muy
eficiente para retener
el “sobrante” y lo almacena en el tejido adiposo. De
ocurrir esto en forma mantenida, surge la obesidad que figura entre
los males más comunes de la época y que es perjudicial tanto por si misma como por
las enfermedades que precipita o que agrava (dislipidemias,
ateroesclerosis, hipertensión arterial, diabetes mellitus tipo 2 y
algunas neoplasias). La forma actual de alimentarse del ser humano
hace difícil mantener el balance
energético apropiado ya que, en muchos aspectos, se aleja
considerablemente de la que tuvo en sus orígenes y a la cual es muy
probable que se haya ajustado evolutivamente su fisiología. Conviene
recordar estos aspectos.
Los
cambios en la dieta humana
Nuestra especie pertenece a
la orden de los primates que apareció hace 60 millones de años. A la
mitad del camino, hace 30 millones de años, los
primates—posiblemente insectívoros en un principio—perdieron, por
una mutación genética, la capacidad de producir su propia vitamina C
por lo que se volvieron herbifrugívoros
obligatorios, es decir dependientes del tejido vegetal frescos.
Durante los últimos 30 millones de años, éste ha sido el régimen
natural de todos los primates, incluido el ser humano, por lo que
seguramente a él está adaptado.
Hace unos 6 o 7 millones de años
aparecieron los homínidos y,
aunque incursionaban en los llanos más que el resto de los primates y
ocasionalmente comían restos de animales, en esencia se mantenían
con una dieta herbifrugívora. El Homoerectus,
un homínido ya bípedo que surgió hace 2 millones de años, es
nuestro antecesor directo que gradualmente fue incluyendo en su
alimentación peces y la médula de huesos (lo que podía romper usando piedras). Un cambio
radical ocurrió hace unos 100 mil años con la expansión de las
sabanas y la contracción de los bosques, que obligó al H.
erectus a comer más semillas maduras, las que suelen tener baja
digestibilidad, mal sabor y a veces gran dureza. Su dominio del fuego,
ocurrido en ese tiempo y razón por la cual se le asigna
arbitrariamente el nombre de H. sapiens, le permitió cocer dichas
semillas haciéndolas más digeribles, más blandas y más agradables;
a partir de entonces las semillas maduras fueron cobrando mayor
importancia en la alimentación humana hasta que, hace unos 10 mil años,
se estableció la agricultura y dichas semillas desplazaron a los
tejidos vegetales frescos como base de la dieta.
Este
cambio brindó a la humanidad una seguridad alimentaria hasta entonces
desconocida e indujo la civilización (formación de núcleos de
población en poblados estables); por su parte, el desplazamiento de
los tejidos vegetales frescos como base alimentaria en favor de las
semillas maduras constituyó una revolución alimentaria de grandes
proporciones. Mientras que la dieta previa era muy “diluida”
(contenía 0.1 a 0.8 kcal/gramo), la dieta basada en semillas contiene
entre 2 y 3 kcal/gramo. Por su mayor densidad energética, la dieta
basada en granos no se puede comer continuamente—como se hacía con
la dieta basada en tejidos vegetales frescos—ni es necesario
hacerlo; surgieron así los “tiempos de comida” - como el
desayuno, la comida y la cena de hoy en día - que, que si bien
otorgaron al ser humano mayor tiempo libre
indispensable para el desarrollo de la civilización,
representan cargas concentradas de nutrimentos que el organismo
evidentemente puede tolerar, pero no lo logra plenamente en todos los casos y eso facilita
la obesidad y las enfermedades crónicas varias veces mencionadas.
cuarta
y última parte
Dr. Héctor Bourges Rodríguez
Director de Nutrición
Instituto Nacional de la Nutrición
Salvador Zubirán
Fomento de Nutrición y Salud, A.C.
Cuadernos de Nutrición
5272-6207 / Fax: 5515-1939
cuadernos@fns.org.mx
Bienvenido a esta sección,
si deseas ver publicado algún tema escribe a: antoniag@fitness.com.mx
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