El Sistema Oseo
(cuarta parte)

Los huesos a pesar de ser duros, se pueden fracturar, cuídate y no te expongas a una lesión 

Por Ana Cecilia Becerril*

Lo que nos permite caminar

Las extremidades inferiores de nuestro cuerpo se inician en el fémur, que va desde la cadera a la rodilla y da forma al muslo, porción superior de la pierna. 

 

Después siguen dos huesos: la tibia y el peroné, que constituyen la pierna, y se unen con el anterior a través de la rodilla, donde un hueso redondeado, la rótula, sirve como la bisagra de una puerta en los complejos movimientos que hacemos para desplazarnos.

La tibia es un hueso muy importante, ya que soporta los mayores esfuerzos que realizan tus piernas, y también el peroné, debido a que tiene la función de articular la pierna con el pie, de manera que puedas caminar y correr libremente.

El pie, por su parte, lo forman los huesos del tarso, con los metatarsianos y las tres hileras de falanges del pie. El tarso presenta por arriba el astrágalo, y por debajo de este el hueso de mayor tamaño del pie: el calcáneo, que forma el talón. 

 

Por delante de ambos hay cinco huesos pequeños que sirven de nexo de unión entre el tarso y los metatarsianos. Los cinco metatarsianos son huesos largos y se articulan por delante con las falanges de los dedos de los pies. Las falanges son tres en cada dedo, a excepción del primero que, al igual que en la mano, solo tiene dos. Los huesos que componen las extremidades inferiores soportan todo el peso de tu cuerpo.

Los huesos también se enferman

Aunque no lo parezca, los huesos son también susceptibles de sufrir enfermedades como las demás partes de nuestro organismo. Muchas de ellas se deben a problemas nutricionales, hormonales, congénitos (presentes desde el nacimiento) o, simplemente, a la vejez.

Los huesos de nuestro cuerpo se destruyen y reconstruyen permanentemente, para facilitar el crecimiento y la reparación. 

En los jóvenes, el ritmo de formación ósea es mayor que el de reabsorción de células; es decir, se construye más que lo que se destruye.

Sin embargo, este proceso se revierte en la edad adulta, por lo que la generación de huesos es menor que su descomposición. Esto provoca un debilitamiento de la estructura ósea, porque se hace cada vez más frágil y ligera.

Como habíamos mencionado anteriormente, este fenómeno se llama osteoporosis, y afecta principalmente a las mujeres de raza blanca en edad adulta. Los huesos afectados se vuelven más porosos y se fracturan con más facilidad que el hueso normal. Con frecuencia se producen fracturas de muñeca, vértebras y cadera, aunque puede suceder en cualquier hueso.

Otros factores de riesgo son la falta de calcio, poca actividad física, ciertos medicamentos o antecedentes familiares de osteoporosis.

El reumatismo

Con seguridad, en más de una conversación entre adultos se habla de ese término: que sufren de reuma y en realidad no lo pasan muy bien. Sin embargo, el reuma o reumatismo no es una enfermedad en sí misma, sino que una serie de síntomas de algunas enfermedades que afectan a las articulaciones, los huesos y músculos, y que se traducen en diferentes trastornos caracterizados por dolor, rigidez e hipersensibilidad.

Existen tres grandes grupos de complicaciones que provocan la respuesta reumática: uno abarca a las enfermedades degenerativas; otro, a las infecciones e inflamaciones, y el tercero, a las de origen metabólico o derivadas de insuficiencias alimentarias.

En el primer grupo está la artrosis, que es uno de los males reumáticos más comunes. Es una enfermedad producida por el desgaste de la articulación que lesiona los cartílagos, y sin la amortiguación que ellos nos garantizan, los huesos se rozan con el consecuente dolor y deformación.

La artritis reumatoide, perteneciente al segundo grupo, es una extraña enfermedad, ya que es el propio sistema inmunológico (encargado de las defensas en el organismo) el que empieza a atacar los tejidos del cuerpo que se supone debe proteger. Este trastorno, del tipo autoinmune, inflama las articulaciones, que se ponen rígidas, se hinchan y se deforman.

Muchas de las articulaciones pequeñas se ven afectadas simétricamente. Las manos y los pies, por ejemplo, se dañan en el mismo grado en ambos lados. Por lo general, la rigidez es peor por la mañana, aunque mejora durante el día. Cuando la artritis es grave, los espacios articulares desaparecen y cambia el ángulo de las extremidades como consecuencia de la laxitud (ausencia de tensión) de los ligamentos. Las extremidades se vuelven ásperas y alrededor de ellas se forman nódulos; la piel se ve delgada y frágil, lo que finalmente restringe el movimiento.

En el tercer lugar de las enfermedades osteoarticulares figuran las artropatías, que atacan tanto al cartílago como al tejido sinovial (por donde circula el líquido sinovial).

 

Son provocadas por pequeños cristales que no han sido bien asimilados o integrados por el organismo. Si estos microcristales van al cartílago, lo endurecen y le originan una artrosis. Si, por el contrario, se dirigen al tejido sinovial, lo inflaman y provocan una artritis.

Huesos lesionados

No hay que engañarse porque nuestros huesos sean duros, pues también están expuestos a sufrir golpes o impactos que los pueden dañar. 

 

No se trata de evitar correr, saltar, jugar o practicar deportes, ya que el esqueleto está preparado para eso; pero él agradecería que lo comprendieras y rehuyeras los movimientos bruscos y violentos, que no solo afectarían a tus huesos, sino que también a tus ligamentos y tendones.

Las lesiones más comunes son las fracturas y los esguinces. Frecuentemente se producen dentro del hogar, en el colegio, en la calle y lugares de trabajo, mientras realizamos las actividades que forman parte de nuestra rutina diaria, por lo que siempre hay que estar prevenidos.

 

La rotura de un hueso se llama fractura y puede involucrar a uno o más de estos, dependiendo de su magnitud. Suceden generalmente por caídas o golpes, que con frecuencia afectan alguna parte de las extremidades superiores. Sin embargo, las extremidades inferiores tampoco están libres de sufrir fracturas, como la tibia y peroné, por ejemplo. Incluso las costillas pueden romperse.

 

En la mayoría de las fracturas son suficientes el yeso (cuando corresponde) y el reposo, pues quien se preocupa de reparar la fractura es el propio hueso. ¿Te acuerdas de los osteoblastos? Pues bien, ellos empiezan a actuar fabricando tejido óseo esponjoso, estimulados por el aporte extra de oxígeno que llevan los glóbulos rojos atraídos por el coágulo que se forma en la parte rota del hueso.

 

Existen diferentes tipos de fracturas: incompleta, en la cual el hueso no está completamente roto; completa, en la que el hueso sí está totalmente quebrado; cerrada, es aquella que no está expuesta, como en la abierta, en que uno de los fragmentos ha rasgado los tejidos cercanos y ha abierto una herida en la piel. La fractura abierta es la más grave, porque corre el peligro de que se infecte.

 

quinta parte

*Dra. Ana Cecilia Becerril Sánchez Aldana
Médicina General y Medicina Estética
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