El Sistema Muscular: sus motores principales, los músculos agonistas
y antagonistas

Los músculos agonistas y antagonistas se complementan al realizar un esfuerzo muscular

Por Ana Cecilia Becerril*

Se pueden hacer algunas distinciones respecto a la función que ejercen los músculos que nos permiten realizar movimientos voluntarios.

En primer lugar, están los músculos denominados motores principales, que son los iniciadores de la fuerza y se dividen en: agonistas, cuya contracción se convierte en movimiento al doblar o flexionar un hueso, y los antagonistas, que ejercen la acción opuesta, es decir, permiten la extensión de un miembro.

La complementariedad de agonistas y antagonistas permite un esfuerzo muscular suave y eficiente, ya que cuando un motor principal se contrae, la tensión en su antagonista se reduce y estabiliza el movimiento.

También están los llamados motores auxiliares, que son los músculos que ayudan al motor principal a ejecutar un movimiento específico. Esto se debe a que normalmente son varios los músculos que deben intervenir al mismo tiempo para que nos podamos mover o mantener una posición determinada. Las expresiones faciales son un excelente ejemplo de esta complejidad, ya que cualquier gesto involucra a una serie de músculos, debido a su cercanía a la piel.

Otro tipo de músculos son los estabilizadores o fijadores, cuya función es sostener un hueso u otra parte del cuerpo, proporcionando la firmeza sobre la que los músculos activos pueden actuar. Por ejemplo, en el levantamiento de pesas, los músculos abdominales se contraen para prevenir que se hundan las caderas y el tronco, permitiendo que la inercia se transfiera desde el cuerpo al peso.

Los músculos trabajan gracias a la energía proveniente de los hidratos de carbono que ingerimos al comer. Estos son almacenados en el hígado y en los mismos músculos, durante los períodos de baja actividad, en forma de un compuesto denominado glucógeno. Cuando se han agotado las reservas de los músculos, se empieza a ocupar las del hígado.

Al iniciarse un esfuerzo, la circulación sanguínea transporta glucógeno y oxígeno a los músculos que van a entrar en funcionamiento. De la combustión de ambos, surge el dióxido de carbono, gas que es transportado por las venas hacia los pulmones, donde es expulsado a través de la respiración.

En la medida que aumenta la actividad muscular, se incrementa el requerimiento energético, por lo que el corazón -que regula la circulación- y los pulmones -que proporcionan oxígeno y eliminan el dióxido de carbono- tienen que trabajar más intensamente. Los latidos del corazón se tornan más rápidos, incrementando el riego sanguíneo. Aumenta la oxigenación.

Si la actividad continúa, el oxígeno resulta insuficiente para quemar la glucosa requerida, por lo que sentimos que nos falta aire y respiramos aceleradamente.

Si falta glucosa se produce fatiga muscular. El músculo pierde eficacia, puede dejar de reaccionar y acumula sustancias residuales. Para que se revierta este estado, el músculo debe descansar, permitiendo que la sangre restablezca el equilibrio normal de oxígeno y glucosa, y elimine los residuos tóxicos. Mientras eso no suceda, cualquier movimiento ocasionará un calambre.

Los calambres se originan debido a la producción de ácido láctico, una sustancia incolora resultante de la combustión de la lactosa sin oxígeno.

Los músculos esqueléticos tienen muchas formas y tamaños, para permitirnos todo tipo de tareas y movimientos.

En la cabeza hay dos grandes grupos: los músculos masticadores, entre los que se incluyen los que elevan y bajan la mandíbula, y los músculos cutáneos, que están en contacto con la piel y son delgados, como en el cráneo, alrededor de los ojos y la boca (orbiculares) y en la nariz.

Los músculos del rostro no se unen directamente a ningún hueso, como sucede en el resto del cuerpo, sino que están ligados entre sí, permitiéndonos una gran cantidad de movimientos pequeños para expresar distintas sensaciones, emociones y sentimientos, conocidos como “gestos”.

Los músculos del cuello -como el esternocleidomastoideo y el esplenio- y los de la parte superior de la espalda mueven y controlan la posición de la cabeza, la columna cervical y el hueso hioides (ubicado en la garganta).

En la espalda o región dorsal del tronco están los músculos más potentes, que son los que corren a lo largo de la columna vertebral. Nos permiten ponernos de pie y permanecer erguidos mientras estamos sentados. Además, aportan la fuerza necesaria para levantar y empujar objetos. Destacan el trapecio, que eleva los hombros y mantiene la verticalidad de la cabeza, y los grandes dorsales, que llegan hasta los glúteos y permiten mover los brazos hacia atrás.

Por delante, técnicamente denominada región ventral o anterior del tronco, se encuentran los pectorales, que nos permiten mover los brazos hacia adelante, y los intercostales -situados entre las costillas-, que participan activamente en los movimientos respiratorios.

Debajo de la caja torácica están los rectos mayores del estómago, también conocidos como músculos abdominales.

En los brazos o extremidades superiores se ubican el deltoides, que forma el hombro, y el bíceps y tríceps braquiales, que mediante una acción antagónica permiten que el antebrazo (que va entre el codo y la muñeca) se extienda o flexione. Los pronadores y supinadores hacen girar la muñeca y la mano.

En las piernas o extremidades inferiores encontramos al cuádriceps -en la parte delantera del muslo-, al sartorio, que permite cruzar una pierna sobre la otra, y al aductor mayor en la parte interna del muslo (entre piernas).

En la parte posterior de la pierna, están el bíceps crural, que dobla la pierna por la rodilla, y los gemelos, ubicados en las pantorrillas, que entre otras cosas nos permiten ponernos en puntillas.

Además, están los glúteos, que forman las nalgas -donde nos sentamos-, que son muy importantes para mantener una posición erguida y el equilibrio necesario para que podamos caminar.

En las extremidades también existen músculos flexores y extensores de los dedos de manos y pies.

Las lesiones de músculos y tendones se pueden producir por un esfuerzo desmedido o por movimientos de estiramiento o retorcimiento mal hechos durante la práctica de algún deporte o ejercicio, y, en menor medida, en forma accidental durante nuestras actividades cotidianas.

Las acciones de trabajo repetitivo, como el tecleo en un computador o una máquina de escribir, pueden dañar los músculos y tendones. Quienes trabajan levantando pesadas cargas también se exponen a serias lesiones.

Otro tipo de daño es el desarrollo exagerado de los músculos, llegando incluso a la deformación, lo que se conoce como hipertrofia. Lo opuesto es la atrofia, que se produce cuando los músculos se adelgazan y debilitan producto de la falta de ejercicio.

*Dra. Ana Cecilia Becerril Sánchez Aldana
Medicina General y Medicina Estética

currículum

Síguenos en Twitter

Fitness.com.mx en Facebook

Nos gustaría saber qué temas deseas encontrar en esta sección. Escríbenos.

otros artículos...

En esta sección:

Un sitio diseñado, implementado y administrado por Edicomsa Servicios Editoriales y de Comunicación, S.A. de C.V. 
Todos los Derechos Reservados . Creado en noviembre de 1999.

arriba